Ella
sale al escenario, esta vestida de plata, su rostro perfectamente iluminado y
es precisamente como una bala de plata que se tiene que deslizar entre telas,
columpios y formas geométricas en ese espacio en que se mueve y pretende volar.
Es la acróbata más joven que tiene el espectáculo y es su acto uno de los más
esperados por los cientos de personas que cada tarde van a verla subir, saltar,
volar y porque no, soñar.
Ya está
lista para que empiece su acto, sube por una escalera de tela hasta la base de
metal ubicada a unos 10 metros de altura, donde la espera una cuerda tendida la
cual tiene que cruzar hasta llegar al otro extremo y finalmente descender. Esta
nerviosa, este acto lo ha practicado muchas veces para que salga perfecto.
Ha
llegado hasta la primera plataforma de metal. Empieza a caminar sobre la cuerda
fija, la mirada erguida, con el único objetivo trazado de llegar hasta la otra
base de metal y acabar con el acto, no piensa en nada, la mente en blanco como
le ha enseñado su maestro tantas veces cuando el miedo la rodea. En la mano
derecha lleva un abanico grande de papel y este le sirve de apoyo, de punto de
equilibrio para no caer. A lo lejos escucha como un suspiro, la voz de los
cientos de personas allá abajo, sentados muy cómodos y seguros en sus asientos
de madera. Ella, está casi a la mitad del camino de cuerda entre su base de
metal y la base que señala la llegada. De pronto, se apodera de ella un terror
inmenso, mira hacia abajo y se le nubla la vista, una corriente traicionera de
aire hace que el abanico que tiene en la mano izquierda, y del cual se aferra
para no caer, se le vuele. Ha quedado sin su punto de apoyo, logra avanzar dos
pasos más y cae silenciosamente.
Siente
como su cuerpo cae y cae sin remedio alguno. Una bola de fuego se apodera de su
estómago, sube hasta sus oídos causándole un dolor de cabeza insoportable. Se
desespera y sólo cierra los ojos para esperar lo peor. Las lágrimas caen por
sus mejillas y por un segundo le parece poder ver la expresión de horror en los
rostros de las personas que desde abajo la miran desconcertados sin poder
ayudarla y solo limitándose a ver como su cuerpo cae como una paloma herida. Ya
debe de estar por tocar el suelo, hace unos segundos que dejo de sentir el
calor intenso de los reflectores sobre su cuerpo joven y esbelto, ahora sólo
puede sentir ese sudor terrorífico que experimentamos al encontrarnos en un
momento extremo.
De
pronto siente un fuerte impulso sobre su espalda, eso le hace abrir los ojos
con fuerza y darse cuenta de que ese rebote es producto del impacto de su
cuerpo contra la red de seguridad que está extendida un par de metros antes de
tocar el suelo. Lo había olvidado por completo, en su desesperación y terror no
recordaba la red de seguridad que esta tendida para casos de emergencia como el
suyo.
Ya
todo ha dejado de verse borroso, la intensidad de aquel fuego que sentía en el
estómago ha desaparecido y ya no siente miedo ni ansiedad. Ahora está echada
con los ojos cerrados en la red de emergencia, a lo lejos siente como un rugido
se acerca cada vez más y más hacia sus oídos, se pone alerta, abre los ojos y
finalmente se da cuenta que aquel rugido que escuchaba no es más que el aplauso
fuerte, decidido y sincero de la gente que la vio caer de aquella cuerda y que
espera que ahora ella, segura de sí misma, se levante como un ave fénix,
fuerte, valiente e inmortal.
Baja
de la red y se acerca al público, quien se pone de pie para aplaudirla
fuertemente, ella les muestra su gran sonrisa y sus ojos se inundan de
lágrimas, se queda mirándolos por un momento, se da media vuelta y empieza a
caminar lentamente hacia la escalera de tela, sube nuevamente.
Lo
va a intentar de nuevo, esta vez con pasos firmes y mente concentrada, aferrada
a su único soporte, el abanico grande de papel. Es su última oportunidad y no
puede fallar, visualiza la meta y ahí va…

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